También puede aplicarse como equivalente a una
época que, prácticamente, coincidiría con lo que se conoce como
Edad Moderna.
Aunque su utilización es contemporánea a la Revolución, la mayor responsabilidad de su fijación en el ámbito literario le pertenece a
Alexis de Tocqueville, autor del ensayo
El Antiguo Régimen y la Revolución.
1 En ese texto indica precisamente que «la Revolución francesa bautizó lo que abolía» («
la Révolution française a baptisé ce qu'elle a aboli»); Tocqueville dotó al concepto de una confusa capacidad de oposición del Antiguo Régimen frente al periodo medieval, que se hizo común en la
historiografía durante los siglos XIX y primera mitad del XX e historiadores posteriores han discutido, especialmente
François Furet.
2
Desde el punto de vista de los
reaccionarios enemigos de la revolución, el término Antiguo Régimen fue reivindicado con un punto de nostalgia, siguiendo el
tópico literario del «
paraíso perdido» (o el
manriqueño «cualquiera tiempo pasado fue mejor»).
Talleyrand llegó a decir que «los que no conocieron el Antiguo Régimen nunca podrán saber lo que era la dulzura del vivir» («
ceux qui n'ont pas connu l'Ancien Régime ne pourront jamais savoir ce qu'était la douceur de vivre»).
La aplicación del término a las
estructuras económicas y sociales se atribuye a
Ernest Labrousse,
3 y fue difundido por la contemporánea
Escuela de Annales, con gran aceptación en España a través de
hispanistas como
Pierre Vilar o
Bartolomé Bennassar. Su utilización con este sentido, que no era usual antes, se hizo habitual por los autores del tercer cuarto del siglo XX, como
Antonio Domínguez Ortiz,
Gonzalo Anes o
Miguel Artola, que terminaron por fijar el concepto en la
historiografía española. La aplicación del término a la
historia de las instituciones españolas es muy anterior, pero parece que también se originó por influencia francesa, como es el caso de la obra del hispanista de finales del XIX
Georges Desdevises du Dézert,
4 recogida por Antonio Rodríguez Villa en 1897.